lunes, 24 de octubre de 2011

AMAR A DIOS EN EL HERMANO


Domingo XXX- T- Ordinario

EVANGELIO DE SAN MATEO

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”
Él le dijo: <<“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”.
Este mandamiento es el principal y el primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas>>.



Comentario

En la historia del cristianismo hay dos tendencias en mutua tensión: por un lado, la que acentúa la primacía de Dios y, por tanto, la oración y la relación interior y personal con el Señor; y por otro lado la que proyecta su atención al ser humano (justicia, solidaridad, esfuerzo por lograr una sociedad mejor). El Evangelio de hoy unifica las dos tendencias.
Si en Marcos el interlocutor de Jesús es un hombre justo que busca la verdad, en Mateo y Lucas, los fariseos interrogan de mala fe al Señor sobre cuál es el mandamiento principal de la Ley.
Israel, entonces, poseía una pavorosa lista de preceptos: 613, de los que 365 eran prohibiciones y 248 prescripciones. Sólo los iniciados o estudiosos la conocían. El pueblo llano vivía al margen, por lo que habitualmente estaba fuera de la Ley y religiosidad oficial. Estos mandamientos se agolpaban en torno a tres grandes capítulos: el sábado, la pureza ritual y los diezmos. El amor a Dios sí ocupaba un puesto relevante en la lista, con la oración del Shemá (Dt 6, 4-5) dos veces al día, oración que se bordaba en las mangas de los vestidos y se escribía en los dinteles de las puertas. Pero el amor al prójimo no tenía mayor relieve.
Lo novedoso de la respuesta de Jesús está en colocar a un mismo nivel e inseparables los preceptos de amor a Dios y al prójimo: amar a Dios y a los hombres, al propio yo, a la naturaleza, a la historia, a la vida... ésa es la opción fundamental del cristiano. De lo contrario, ¿cómo podríamos comulgar con Jesucristo si no comulgamos con las preocupaciones, necesidades, dolores y alegrías de los hombres? La primera Carta de Juan nos llamaría “mentirosos”.

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