martes, 28 de junio de 2011

El Evangelio es para los sencillos

Este domingo en el evangelio Mateo nos brinda una de las oraciones más bellas de Jesús. Es un grito espontáneo de admiración y agradecimiento al Padre “porque ha escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las ha revelado a la gente sencilla”. El Padre se revela a Jesús como el Dios de los humildes, mientras fariseos y sumos sacerdotes rechazan al Señor  y su mensaje.
Sólo la “gente sencilla”, sufrida y en comunión con hambrientos, deprimidos, pecadores, enfermos y olvidados de la sociedad,... acoge el Evangelio, se preocupa del bien de los otros y se entrega de lleno a la causa del Reino de Dios.
No se confronta aquí ignorancia y sabiduría, ni se presupone que la ignorancia sea una virtud y la sabiduría un vicio. El inteligente no es necesariamente orgulloso, ni el ignorante es siempre humilde. Las preferencias de Dios no vienen de condiciones morales o religiosas, sino de la situación humana que viven “los cansados y agobiados”, es decir, los excluidos de la tierra. El rabino Hillell, de los tiempos de Jesús, decía que un hombre ignorante y marginado no podía ser piadoso. Sin embargo, Jesús se expresa de tal manera que los pobres, los analfabetos y los miserables le entienden y le siguen esperanzados.
Jesús nos invita finalmente al descanso. No todo es trabajar. Hemos sido creados para vivir, amar, reír, descansar, servir. Por descabellado que parezca, descansar no es divertirse, ni dar rienda suelta al consumo, ni vacacionar para no hacer nada... Descansar es liberarnos del nerviosismo y el ruido y reconciliarse con la vida; disfrutar del regalo de la existencia y reencontrarnos con nosotros mismos para lograr la paz del corazón. 

jueves, 23 de junio de 2011

Dios sacia todas las hambres

El Corpus es la fiesta de la Eucaristía y de la solidaridad. Dios se vale del pan humilde para expresar su amor total: se parte y reparte, satisface nuestras hambres y quiere que todos vivamos con dignidad. Dios sacia todas las hambres: hambre de verdad, de libertad, de justicia, de belleza. Al final sólo Dios llena el hambre de la humanidad: “El que coma de este pan vivirá para siempre”.
Comer al Señor, es entrar en comunión con él, asumir la causa del Reino, luchar por lo que él luchó. Comer al Señor es brindar misericordia, comprensión, paciencia, bondad, libertad, justicia, entrega generosa. Carece de sentido comulgar al Señor y ser egoísta, orgulloso y violento. Si Dios se ha hecho pan y vino para ser repartido y compartido, ¿por qué nosotros vamos a mostrar tantos humos de autosuficiencia e insolidaridad?
La Eucaristía es el sacramento gozoso del encuentro con Dios y con los hermanos en una densa fraternidad. Como Jesús, estamos dispuestos a entregarnos hasta la muerte en servicio a los hermanos: somos “pan” para los demás. Comulgamos para ser a la vez comidos.
El Corpus nos recuerda que es el “Día de Cáritas”, el día del mayor voluntariado de este país que trabaja por la justicia y a favor de los pobres. Tan importante es aprender a adorar el santísimo Cuerpo de Cristo en los sagrarios de nuestras Iglesias, como en el sagrario maltratado de todos nuestros pobres. Acaso hoy los ricos debamos vivir más sencillamente para que los pobres puedan sencillamente vivir.

jueves, 16 de junio de 2011

CORPUS DÍA DE LA CARIDAD

“Una sociedad con valores es una sociedad con futuro” es el lema de la campaña que lleva adelante Cáritas y que por tercer año consecutivo apela a nuestra conciencia de ciudadanos, de personas, para invitarnos a construir un modelo de sociedad basado en valores que favorecen la dignidad de todos los seres humanos. La comunión, la participación, la diversidad, la gratuidad y la fraternidad se suman ahora al COMPROMISO como una opción de vida que nos hace estar plenamente presentes en la realidad que nos toca vivir, con la conciencia abierta al mundo y a los demás, invitando a la corresponsabilidad como un talante que nos impulsa y nos lleva a crear nuevas alianzas a través del voluntariado, la participación, el servicio y la cooperación.
En este tiempo de Caridad en el que Cáritas celebra el Amor con mayúscula, queremos comunicar a esta sociedad, que en muchas ocasiones parece ir a la deriva con rumbos de desesperanza y crisis, que las cosas importantes se hacen con corazón. Los gestos sencillos que provocan sonrisa, afecto, entrega, servicio, cercanía, gratuidad… son los gestos humanos, voluntarios, libres, que hacen que otro estilo de vivir, otro mundo mejor, sea posible para todos.
Porque creemos que vivir con estos valores es posible:
• Apuesta y atrévete a llevar humanidad a tu barrio, a tu pueblo, a tu ciudad.
• Borra las barreras que te rodean y amplía tu universo de relaciones desde la confianza para descubrir la riqueza de las personas que te rodean.
• Haz gestos sencillos, como reducir el consumo, cuidar el medio ambiente, que mejoran el entorno para todos.
 • Comparte tu tiempo y tu generosidad, porque así se siembra utopía y esperanza.
“Cuando sales de tu mundo y te dejas afectar por la vida del otro, comienzas a vivir la Fraternidad. El prójimo es tu hermano. Cuando descubres la vulnerabilidad del prójimo herido… brota el Compromiso.”



miércoles, 15 de junio de 2011

Dios paradigma para nuestras comunidades

Ladislao Boros ha dicho que “la humanidad sufre hoy la más terrible de todas las experiencias: la lejanía de Dios”. Y esto es cierto, pues para muchos de nuestros contemporáneos, Dios es algo lejano y vago, algo que se confunde casi con lo ilusorio e irreal.
De hecho, son bastantes los que casi insensiblemente, van pasando poco a poco, de una fe débil y superficial, a un ateísmo también débil y superficial, sin detenerse con sinceridad ante la realidad de quién es el origen y el destino último de nuestro ser.
¿Cómo dar de nuevo un contenido vivo a ese nombre de “Dios”, cuando uno lo ha ido vaciando de vida, con una fe banal y una existencia mediocre? ¿Cómo aprender de nuevo a vivir con gozo ante Dios? ¿Cómo ponerse de nuevo en camino hacia Él?
Probablemente hemos de redescubrir, antes que nada, que Dios en su realidad más profunda es Trinidad. Es una familia. Es decir, que Dios no es algo frío e impersonal, un ser solitario, sino vida compartida, amor comunitario, amistad gozosa, ternura y vida en plenitud.
Dios no es alguien que nos ciega con su poder divino. Dios es amor que nos acoge, amistad que nos envuelve, ternura que nos busca por todos los caminos de nuestra existencia.
Por eso su presencia en el mundo es humilde y discreta, como lo es siempre la presencia de la ternura y el amor verdaderos.
Sólo quien sabe de amor, sabe de Dios. Sólo quien es capaz de vivir incondicionalmente la amistad, de irradiar amor y bondad en esta sociedad egoísta, de poner un poco de justicia y ternura en la construcción de este mundo, puede encontrar a Dios.
Es el amor vivido incondicionalmente el que purifica nuestras falsas imágenes de Dios y nos coloca en la verdad y la humildad necesarias para acercarnos al Dios Trinitario.
Nuestra sociedad no necesita “defensores triunfalistas” que nos hagan la propaganda de Dios, sino testigos humildes que con su vida nos hagan percibir el amor y la amistad de Dios por los hombres.
La gran novedad que nos revela la Palabra de Dios es: que Dios es Amor. Y esto no se nos ha revelado para que nosotros lo contemplemos boquiabiertos o para que hagamos especulaciones estériles o razonamientos filosóficos... Cristo nos ha revelado la intimidad de Dios para que construyamos nuestra vida de creyentes teniendo en cuenta ese patrón.
Cuando lleguemos a creer en un Dios que es amor, es decir: diálogo, entrega, comunión, felicidad compartida; entonces, comenzaremos a sentir la necesidad de parecernos a Él, de imitarle, de  darnos y entregarnos a lo divino y a nuestros hermanos los hombres.
La Trinidad es paradigma de lo que han de ser nuestras comunidades. La causa profunda de desunión entre los hombres y la más lamentable incomprensión entre los cristianos, es haber olvidado el ejemplo de convivencia amorosa entre las Personas de la Trinidad. Y la causa de la lesión de la dignidad humana, de la esclavitud y la opresión es no haber comprendido que somos libres en el Espíritu e hijos de Dios.
Necesitamos ahondar en esta verdad de Dios. Dios es amor. Y esta noticia la tenemos que comunicar al mundo, no con palabras, sino a través de una ilustración práctica: nuestro amor fraterno.
Viendo cómo nos amamos, los hombres han de entender qué es el amor de Dios y qué efecto produce en nosotros. Los hombres han de ser instruidos acerca de Dios observando nuestro comportamiento.
Los grandes problemas que preocupan, hoy, a los hombres, sólo se conseguirá solucionarlos cambiando los corazones.
La respuesta a tanta división, conflicto y desunión es una vida fraterna; la respuesta a las desigualdades es compartir. La respuesta al odio y al rencor es el perdón. Sí, actuar a favor del hombre, es actuar a favor de Dios, revelando su rostro más auténtico.
Que el Dios Trinidad nos conceda la gracia de ser espejos que reflejemos su amor y su misericordia.


martes, 14 de junio de 2011

¿Qué Espíritu nos mueve?


A los hombres se les reconoce y aún se les califica por el espíritu que les anima:
-         El espíritu del poder anima al político, y sin él, posiblemente se quedaría tranquilamente en su casa. Al menos, eso es lo que pensamos los que no participamos de ese espíritu y apenas comprendemos cómo un hombre soporta la carga de ese poder que, para ellos, debe tener un atractivo especial.
-         El espíritu de la competición anima al deportista y por él se entrena y se esfuerza. Subir al podium de los mejores es su gran meta y su gran recompensa.
-         El espíritu del dinero y de la influencia puede animar al ejecutivo, al hombre de negocios que vive día a día y momento a momento la tensión de un trabajo a veces agotador.
-         El espíritu de la vanidad puede animar a una “estrella” y estar siempre de actualidad y en primera fila le compensa de los sacrificios que tenga que hacer para conseguirlo.
-         E incluso, hay hombres y mujeres a los que calificamos diciendo: “no tienen espíritu”. Son los apáticos, los indiferentes, aquellos a los que resulta difícil saber cuál es el impulso que los anima, porque más bien parecen “inanimados”.
Esto es así. De tal manera que, parafraseando algunos dichos al uso, al hombre se le reconoce perfectamente viendo el espíritu que le anima.
Al cristiano, también.
Si un hombre o una mujer:
-          eligen siempre el último lugar pudiendo estar el primero por derecho propio...
-         Es amigo de la verdad y procura ser siempre sincero...
-         Si no hace distinción de personas, sonriendo a los ricos y tratando despectivamente a los pobres...
-         Si cumple en su trabajo con responsabilidad y se alegra de que otros colaboren... para ir pasando él o ella a un segundo plano, sin sentirse molesto...
-         Colabora, buscando el bien de todos y no está pendiente de elogios y felicitaciones...
-         Si no duda en dar generosamente su tiempo y su dinero a los demás, para que sean un poco más felices.
-         Si es capaz de dejar su casa, su porvenir y su dinero para que la entrega a los demás sea más completa y sin trabas de ningún género.
-         Si ama al prójimo como a sí mismo.

Y si todo esto lo hace por Dios: estamos ante un cristiano o una cristiana al que anima el Espíritu Santo y al que se reconoce al primer golpe de vista.
Pero, sinceramente: ¿cuántos cristianos hay así? Quizá no muchos. Es posible que, en cuanto a espíritu cristiano se refiere, seamos legión, aquellos a los que se nos podía calificar como “hombres sin espíritu”, porque el espectáculo de nuestra vida espiritual es el de una vida apática, indiferente y vulgar. Vamos arrastrando pesadamente la carga de  unos actos cultuales a los que acudimos por “obligación” (¿Vale esta misa para mañana?, es una pregunta que se suele hacer...), y después de “cumplir”, apenas ya nos queda nada de “ESPÍRITU” –con mayúscula- en nuestra vida. Podría decirse que estamos en una etapa semejante a la de los apóstoles en Pentecostés: miedosos, indiferentes, sin captar la gran misión para la que Cristo les había elegido a ellos y nos ha llamado a nosotros.
Por eso, la frase de Cristo: “Recibid el Espíritu Santo”, es, o debe ser, una urgencia en  la trayectoria de nuestro cristianismo. Nos hace falta la confirmación de nuestra fe. Nos hace falta vivir del Espíritu y que su impulso imparable nos sacuda de esa modorra en la que vegetamos sin ser capaces de ofrecer al mundo el espectáculo de un hombre o una mujer o una comunidad que cree y porque cree vive de acuerdo con sus creencias. Hoy no puede ser un día más en el que celebramos ritualmente la “venida del Espíritu Santo”, cantamos su himno –que es precioso- y continuamos sin más, viviendo “sin espíritu”. Hoy debe ser un día pleno, trascendente, que deje huella y que nos impulse a llenar ese vacío que encontramos a nuestro alrededor y que muchos han llamado “crisis de espíritu” y que, para nosotros, es crisis de Espíritu de Cristo, es decir, de Espíritu Santo.