miércoles, 15 de junio de 2011

Dios paradigma para nuestras comunidades

Ladislao Boros ha dicho que “la humanidad sufre hoy la más terrible de todas las experiencias: la lejanía de Dios”. Y esto es cierto, pues para muchos de nuestros contemporáneos, Dios es algo lejano y vago, algo que se confunde casi con lo ilusorio e irreal.
De hecho, son bastantes los que casi insensiblemente, van pasando poco a poco, de una fe débil y superficial, a un ateísmo también débil y superficial, sin detenerse con sinceridad ante la realidad de quién es el origen y el destino último de nuestro ser.
¿Cómo dar de nuevo un contenido vivo a ese nombre de “Dios”, cuando uno lo ha ido vaciando de vida, con una fe banal y una existencia mediocre? ¿Cómo aprender de nuevo a vivir con gozo ante Dios? ¿Cómo ponerse de nuevo en camino hacia Él?
Probablemente hemos de redescubrir, antes que nada, que Dios en su realidad más profunda es Trinidad. Es una familia. Es decir, que Dios no es algo frío e impersonal, un ser solitario, sino vida compartida, amor comunitario, amistad gozosa, ternura y vida en plenitud.
Dios no es alguien que nos ciega con su poder divino. Dios es amor que nos acoge, amistad que nos envuelve, ternura que nos busca por todos los caminos de nuestra existencia.
Por eso su presencia en el mundo es humilde y discreta, como lo es siempre la presencia de la ternura y el amor verdaderos.
Sólo quien sabe de amor, sabe de Dios. Sólo quien es capaz de vivir incondicionalmente la amistad, de irradiar amor y bondad en esta sociedad egoísta, de poner un poco de justicia y ternura en la construcción de este mundo, puede encontrar a Dios.
Es el amor vivido incondicionalmente el que purifica nuestras falsas imágenes de Dios y nos coloca en la verdad y la humildad necesarias para acercarnos al Dios Trinitario.
Nuestra sociedad no necesita “defensores triunfalistas” que nos hagan la propaganda de Dios, sino testigos humildes que con su vida nos hagan percibir el amor y la amistad de Dios por los hombres.
La gran novedad que nos revela la Palabra de Dios es: que Dios es Amor. Y esto no se nos ha revelado para que nosotros lo contemplemos boquiabiertos o para que hagamos especulaciones estériles o razonamientos filosóficos... Cristo nos ha revelado la intimidad de Dios para que construyamos nuestra vida de creyentes teniendo en cuenta ese patrón.
Cuando lleguemos a creer en un Dios que es amor, es decir: diálogo, entrega, comunión, felicidad compartida; entonces, comenzaremos a sentir la necesidad de parecernos a Él, de imitarle, de  darnos y entregarnos a lo divino y a nuestros hermanos los hombres.
La Trinidad es paradigma de lo que han de ser nuestras comunidades. La causa profunda de desunión entre los hombres y la más lamentable incomprensión entre los cristianos, es haber olvidado el ejemplo de convivencia amorosa entre las Personas de la Trinidad. Y la causa de la lesión de la dignidad humana, de la esclavitud y la opresión es no haber comprendido que somos libres en el Espíritu e hijos de Dios.
Necesitamos ahondar en esta verdad de Dios. Dios es amor. Y esta noticia la tenemos que comunicar al mundo, no con palabras, sino a través de una ilustración práctica: nuestro amor fraterno.
Viendo cómo nos amamos, los hombres han de entender qué es el amor de Dios y qué efecto produce en nosotros. Los hombres han de ser instruidos acerca de Dios observando nuestro comportamiento.
Los grandes problemas que preocupan, hoy, a los hombres, sólo se conseguirá solucionarlos cambiando los corazones.
La respuesta a tanta división, conflicto y desunión es una vida fraterna; la respuesta a las desigualdades es compartir. La respuesta al odio y al rencor es el perdón. Sí, actuar a favor del hombre, es actuar a favor de Dios, revelando su rostro más auténtico.
Que el Dios Trinidad nos conceda la gracia de ser espejos que reflejemos su amor y su misericordia.


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